Hoy debió ser un día aburrido, desperté de un brinco tras escuchar la alerta sísmica
y en 7 segundos estaba en la calle saludando en pijama a todos mis vecinos:
humanos y caninos.
Mi mañana transcurrió extraña, de esos días grises que se
evaporan en llamadas de trabajo intrascendentes en pijama y sin darte cuenta la
mañana se convierte en noche llevándose al día a la lista de días
desperdiciados.
Entre mis ociosidades le mandé un mensaje al Dorian informándole
que estaba caliente y que tiene una deuda conmigo.
-¿dónde andas? Estoy en
el aeropuerto y tengo 2 horas libres, ¿te lanzas y jugamos por aquí cerca?-
Más me tardé en contestar que en vestirme y llegar a las
salidas internacionales del aeropuerto con un tráfico infernal tan característico
de esta ciudad.
En la puerta estaba el Dorian, con su sonrisa traviesa de
siempre y protocolo de hombre casado en público.
El tráfico lo hizo perder su vuelo y el siguiente salía 4
horas después, por lo que teníamos 2 horas para jugar a nuestro antojo.
Llegamos a un hotel pretencioso dentro del aeropuerto,
mientras él pagaba la habitación yo le pedí dos Gins a un mesero que aparentemente no hablaba bien español.
Resuelto el tema de la habitación, entre miradas juiciosas
de los empleados, tomamos nuestros drinks
room service y aprovechamos el tiempo contra reloj que sería interrumpido
por la alarma que el Dorian programó en cuanto entró al cuarto.
Nos gusta recordar el día uno, no estoy segura si es mi lado
perverso que disfruta contarle la historia una y otra vez o es su ego alimentado al escuchar, o simplemente
cóncavo y convexo donde nuestras mentes embonan tan fácil como nuestra
anatomía.
Es impresionante como
me invaden las mismas sensaciones que tenía desde el día uno, unas ganas de
atascarme de él y pedirlo envuelto para comer en casa, pero sé que es menú all-you- can -eat y no hay manera de
saber cuándo me voy a volver a atascar de él, así que aprovecho mientras puedo.
-Soy especial para ti, no es pregunta, es afirmación-
No escucho una respuesta verbal pero sus ojos, secundados
por su sonrisa confirman mi statement.
Cada segundo compartido es placentero, jugamos como niños en
esas dos camas de hotel aburrido con las cortinas abiertas y con vista a la
pistas de aterrizaje, es un juego sin precauciones ni remordimientos, sin intermedios ni tiempos muertos, son dos
horas de amalgama de cuerpos, besos, risas y complicidad. Dos horas de olvidar
los protocolos sociales, sin pensar en consecuencias a futuro, ni rencores
pasados.
Hoy es diferente que la primera vez, hoy no tengo miedo, ni
tengo dudas, sé que es un momento especialmente memorable para ambos.
-¿hace cuánto nos conocemos? ¿Dos años?-
-tres- responde
Confío en su afirmación, realmente el tiempo pierde
significado porque en el fondo los dos sabemos que la respuesta muy pronto será
cinco o diez años.
-dime si quieres que
haga algo diferente-
- soy la más mandona, contigo no hay necesidad de
instrucciones-
El fin del bufete llega junto con el sonido de la alarma de
despertador.
No quiero dejarlo ir, sé que tampoco quiere irse, hace una
última jugada y en pocos segundos: siete, para ser exactos, consigue lo que
muchos no lograron en 28 años.
-Rompiste record-
Después de un baño rápido, él guarda la llave de la
habitación
-para el recuerdo- me dice
Tras los últimos besos con la puerta medio abierta, salimos
para toparnos con cuatro empleados de limpieza, al menos ya les dimos chisme,
supongo que pocos gastan 200 usd para pasar un ratito a solas.
-Lo más chistoso de
todo, es que cada vez que vengamos al aeropuerto, nos vamos a acordar de esto-
Sonrío y me alegro de que tenga más motivos para recordarme.
Como siempre vengo medio drogada diciendo pendejadas y lo
acompaño hasta los filtros de seguridad.
-ya tengo que abordar,
tu uber lo tienes que pedir abajo-
Con una sonrisa de pendeja me olvido que estoy en público,
lo abrazo y le doy un beso entre el
cuello y el cachete.
-Contrólate María-
Intercambiamos sonrisas y me doy media vuelta.