viernes, 22 de septiembre de 2017

7.1 grados Richter




Esa mañana estaba muy confundida, no sabía si debía renunciar o no al plan de vida que me había imaginado durante los últimos meses, un giro de 180 grados que me llevaría a amanecer diario siete horas antes que al resto de mi mundo actual.

Algo empezaba a apestar, no quería reconocer lo evidente, no quería equivocarme, aún no tenía la respuesta que unos cuantos días después fue cristalina.

Ese día pasaba con prisas, muchas ideas dando vueltas, compromisos y pendientes, nada del otro mundo pues estoy acostumbrada a pensar en todo al mismo tiempo.

Al medio día una sacudida me distrajo y antes de que me diera cuenta me vi envuelta en un fuerte movimiento interminable que cada vez tomaba más potencia, sentí que el piso frente a mí se abriría de un momento a otro, por fortuna estaba en la calle y mi mente se centró en mi familia, mi casa, mi vida tan aparentemente sólida y recé en voz alta suplicando que terminara esta pesadilla.

La tierra de pronto dejó de moverse pero mi cuerpo seguía en shock, mis manos no dejaban de temblar y como pude mandé un mensaje de voz ya que no podía escribir diciendo que estaba bien y preguntando por mi hermano, el único que vive en el DF, en el fondo sabía que algo grave había pasado. Mi hermano contestó más tranquilo que yo, y así entre idas y venidas de la señal se reportó la gente que me importa y me fui enterando poco a poco que nuestra realidad había cambiado.

Mi celular tenía muy poca batería y  me quedé incomunicada muy pronto. Entre esas tantas horas sin electricidad pensé en él, cómo no voy a pensar en él? Tal vez estaba preocupado porque no me reporto, cómo iba él a saber que estoy bien? Recodé que traía en mi bolsa una batería portátil seguramente sin carga y me sirvió para que prendiera nuevamente el celular y mandar un mensaje diciendo “estoy bien” a las cinco  mías y once suyas.

Sin luz, ni señal compramos unas pilas en la papelería/tlapalería que atiende como cuando era niña, sin computadoras ni cajas registradoras, con notas de papel y pluma. Pasé las siguientes horas en Coyoacán escuchando en el radio información que evidentemente era mesurada.

La luz volvió por ahí de las 10 pm, para entonces yo sabía que era imposible volver a la condesa esa noche, para esa hora empecé a comunicarme con más personas y entre todos intercambiábamos información, varios conocidos habían tenido daños fuertes en sus casas, pero ninguna pérdida humana cercana, todos estábamos asustados y tristes, habíamos corrido con suerte pero muchos vecinos nuestros seguían sin saber de sus familiares.

No recibí ningún mensaje de él, ya había decidido desde antes romper comunicación con él pero un desastre de estas magnitudes ameritaba cierto contacto.
“sentí que se acababa el mundo”
“me asusté mucho”
“se cayeron edificios “

Amanecí muy temprano a una ciudad envuelta en polvo, callada y tímida. Me apuré para irme a la condesa, me urgía ver a mi gatita, ver mi casa.  Mi teléfono amaneció con un mensaje de “ha temblado?” “algo escuché en la radio”  junto con otros mensajes de amigos en Canadá, Vietnam, Fancia, interior de México y Estados Unidos,  todos preguntando si estaba bien, amigos de esos de poca comunicación , pasando por el ex y terminando con aquel que solo compartí unos besos hace años.

Me llamó a medio día pero por la psicosis había dejado el celular cargando, decidí regresarle la llamada hasta estar en mi casa por ahí de las dos de la tarde y la rechazó.
“ahora no puedo contestar, te llamo más tarde”
“no me llames, no es necesario”
“que sí, que te marco en un rato”

Esa tarde en mí casa la tristeza se apoderó de mí, me di cuenta cómo mi ciudad y mi colonia estaban rotas, aunque había muchas muestras de ayuda, el camino sería largo y todos los que vivimos aquí estaríamos afectados de alguna manera u otra.

Recibí su llamada a la cinco:
 -tembló no? Así como la semana pasada no?-

Me dolió darme cuenta del nulo interés por lo que me pasa, algo que ya sabía desde antes, me dolió porque el mensaje era muy claro y las pruebas eran muy extremas. Discutiendo prolongamos la llamada tres horas y se disculpó por tener un día ocupado en el cual no había tenido tiempo de ver las noticias, le echaba la culpa a su agenda ocupada pero yo sabía perfectamente que no hay pretexto para no escarbar un poco más en un mensaje tan fuerte como un “estoy bien”.

La discusión pasó de un tema a otro, me dijo estar seguro que me quiere, que quería estar conmigo, pero ahora no estaba convencido de dar pasos tan grandes, que fuéramos amigos, que tal vez más adelante. Una fisura de 45 grados hizo inevitable que colapsara cualquier sentimiento confundido que tenía por él.

El siguiente día fue muy extraño, la tristeza era un sentimiento predominante, un silencio anormal en la condesa interrumpido solamente por incontables ambulancias, lluvia, polvo, edificios caídos, cayéndose, edificios acordonados a cincuenta metros de mi casa, a cien, a quinientos.

Tengo que agradecer que estoy bien, mi edificio no se distingue por ser el más bonito de la zona, pero para mi tiene su encanto, con sus ochenta años en pié soportó esta zarandeada y no pude encontrar ni una copa rota.

Hoy me doy cuenta cómo este movimiento trató de derrumbarme, uno que otro fantasma del pasado cual polvo en derrumbe se levantó por algunos minutos para después regresar al pasado donde pertenece.

Tal vez fui débil, tal vez aparento ser débil, pero creo que hoy después de tanto putazo, SOY FUERTE, SOMOS FUERTES.