De niña siempre fui muy consentida, me encantaba comprar
ropa: el rosa, el glitter, los olanes, el terciopelo de finales de los
ochenta.
No estoy segura si los aires de grandeza fueron algo
aprendido o simplemente parte de mi naturaleza, pero era algo que mi mamá
siempre fomentó en mí, yo era una princesa.
A los tres años seleccionaba antes de vestirme los
accesorios que usaría, aún en calzones me enjoyaba con las cosas de mi mamá, que
después cambiaba por moños y bolsas más acordes a mi edad.
Mi papá llamó ese día para decirnos que íbamos a salir a
cenar, corrí a mi closet para sacar ese vestido nuevo comprado el día anterior
(o tal vez esa misma tarde) pues era la ocasión perfecta para estrenarlo.
El vestido era de cuello de tortuga morado y se abría en A
desde el cuello y hasta las rodillas, nada especial pero el solo estrenar hacía
la ocasión especial.
Al llegar al restaurante mi entusiasmo se desplomó.
-me arreglé tanto para
venir a unos simples tacos?-
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