Horacio fue mi mejor amigo durante la universidad,
era el típico hipster antes de que el término “hipster” se utilizara, era
guapo, alto y uno de los pocos
compañeros heterosexuales estudiando diseño, por lo cual era altamente
cotizado, nuestra amistad era estrictamente platónica, éramos además de amigos
y compañeros de clase vecinos, pasábamos más de 12 horas diarias juntos, hablar
de sexo era algo común entre nosotros y los juegos inocentes un día subieron de
tono y nos pasamos de la raya. Horacio
se distanció de mí, supuse las razones, una suma de factores como su novia a
distancia, sus principios morales y su conocimiento de mi padecimiento de
enamoramiento subito.
Creo que de las perdidas más fuertes que he
tenido ha sido su amistad, volvimos a hablar hace pocos años, entre esas
habladas un día tuvo una escala en el DF y se quedó en mi casa, obviamente
consumamos eso que teníamos pendiente y no volví a saber de Horacio, a veces me
arrepiento de no haberlo confrontado y preguntado directamente la hipótesis de
muchos amigos en común, que él estaba enamorado de mí, hipótesis que me
resultaba difícil creer, pero en caso de ser cierta sabía que el único motivo
para alejarse al estar enamorado era que yo no era suficiente para él, no era
lo suficientemente atractiva como el tipo de mujeres con el que él salía.
Fabién fue mi novio francés, fue un noviazgo
corto durante el otoño en París, yo estaba dispuesta a comenzar una nueva vida
a su lado pero al parecer mis problemas eran demasiado para él, volvía a mi
casa a pasar las fiestas de navidad y decidió cortarme para que tomara
decisiones sobre mi futuro pensando solamente en mi sin tenerlo en cuenta,
obviamente decidí volver, ese último mes en Paris fue desgarrador, nunca había
vivido un invierno en Europa, contaba los días lentamente y los recuerdos son
borrosos, recuerdo llamarlo un día antes de regresar a México, “Me voy mañana…”
permaneció callado varios segundos y me colgó” recuerdo llorar esa noche,
llorar en Charles de Gaulle y llorar en Mariano Escobedo, recuerdo analizar lo
que pasó varios meses después y darme cuenta que si hubiera sido fuerte
seguramente hubiera regresado con él, talvez me hubiera casado con él y talvez
estaría hoy de vuelta en México divorciada, pero me aferro a creer que sí me
quiso, aunque fuera solamente ese otoño.
Ignacio logró colarse en un corazón hermético:
su transparencia, su simplicidad y su al menos aparente inocencia me hicieron
bajar la guardia y permitirlo entrar a lo más profundo de mi intimidad, sin
maquillajes, ni poses, ni apariencias, con 10 kilos más y 10 kilos menos,
conoció mis berrinches, mi carácter, mis caprichos, mis juegos mentales, mis
ataques psicológicos buscando asustarlo, alejarlo. Con Ignacio me di cuenta que
el cariño vale más que él éxito profesional, que un cumplido tímido y torpe es
preferible a un elocuente mentiroso, Aprendí a disfrutar desayunar en calzones
chilaquiles con tortilla de patatas, a comer jamón ibérico sin contar calorías,
entendí que me quiere, que le gusto y
que me admira por quien soy realmente, no por lo que aparento ser o lo que
podría llegar a ser. Ignacio me quiso, talvéz solo esos días, pero me quiso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario