lunes, 29 de mayo de 2017

20, 23, 31

Horacio fue mi mejor amigo durante la universidad, era el típico hipster antes de que el término “hipster” se utilizara, era guapo, alto y  uno de los pocos compañeros heterosexuales estudiando diseño, por lo cual era altamente cotizado, nuestra amistad era estrictamente platónica, éramos además de amigos y compañeros de clase vecinos, pasábamos más de 12 horas diarias juntos, hablar de sexo era algo común entre nosotros y los juegos inocentes un día subieron de tono y nos pasamos de la raya.  Horacio se distanció de mí, supuse las razones, una suma de factores como su novia a distancia, sus principios morales y su conocimiento de mi padecimiento de enamoramiento subito.
Creo que de las perdidas más fuertes que he tenido ha sido su amistad, volvimos a hablar hace pocos años, entre esas habladas un día tuvo una escala en el DF y se quedó en mi casa, obviamente consumamos eso que teníamos pendiente y no volví a saber de Horacio, a veces me arrepiento de no haberlo confrontado y preguntado directamente la hipótesis de muchos amigos en común, que él estaba enamorado de mí, hipótesis que me resultaba difícil creer, pero en caso de ser cierta sabía que el único motivo para alejarse al estar enamorado era que yo no era suficiente para él, no era lo suficientemente atractiva como el tipo de mujeres con el que él salía.

Fabién fue mi novio francés, fue un noviazgo corto durante el otoño en París, yo estaba dispuesta a comenzar una nueva vida a su lado pero al parecer mis problemas eran demasiado para él, volvía a mi casa a pasar las fiestas de navidad y decidió cortarme para que tomara decisiones sobre mi futuro pensando solamente en mi sin tenerlo en cuenta, obviamente decidí volver, ese último mes en Paris fue desgarrador, nunca había vivido un invierno en Europa, contaba los días lentamente y los recuerdos son borrosos, recuerdo llamarlo un día antes de regresar a México, “Me voy mañana…” permaneció callado varios segundos y me colgó” recuerdo llorar esa noche, llorar en Charles de Gaulle y llorar en Mariano Escobedo, recuerdo analizar lo que pasó varios meses después y darme cuenta que si hubiera sido fuerte seguramente hubiera regresado con él, talvez me hubiera casado con él y talvez estaría hoy de vuelta en México divorciada, pero me aferro a creer que sí me quiso, aunque fuera solamente ese otoño.


Ignacio logró colarse en un corazón hermético: su transparencia, su simplicidad y su al menos aparente inocencia me hicieron bajar la guardia y permitirlo entrar a lo más profundo de mi intimidad, sin maquillajes, ni poses, ni apariencias, con 10 kilos más y 10 kilos menos, conoció mis berrinches, mi carácter, mis caprichos, mis juegos mentales, mis ataques psicológicos buscando asustarlo, alejarlo. Con Ignacio me di cuenta que el cariño vale más que él éxito profesional, que un cumplido tímido y torpe es preferible a un elocuente mentiroso, Aprendí a disfrutar desayunar en calzones chilaquiles con tortilla de patatas, a comer jamón ibérico sin contar calorías,  entendí que me quiere, que le gusto y que me admira por quien soy realmente, no por lo que aparento ser o lo que podría llegar a ser. Ignacio me quiso, talvéz solo esos días, pero me quiso.

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